"Hazel acaba de cumplir 16 años. Y tiene cáncer. A pesar de que un tratamiento ha conseguido reducir su tumor de forma casi milagrosa, es una enferma terminal. Los médicos no pueden decirle cuánto tiempo le queda; solo sabe que debe vivir pegada a un tanque de oxígeno y sometida a continuos tratamientos. Desde hace unas semanas, Hazel forma parte de un grupo de apoyo donde otros chicos como ella comparten sus experiencias. En realidad, ella acude más por obligación que por voluntad; ¿qué sentido tiene hablar con otras personas de lo que nadie puede cambiar? Pero su vida da un verdadero vuelco cuando conoce a Gus Waters... Os preguntaréis: ¿quién es Gus? ¿Y cómo puede cambiar una sola persona la historia de otra?"
Debo decirles que hoy no les daré mi opinión completa sobre el libro. Me encantó pero la realidad es que toca temas sumamente delicados por lo que no quiero dejar algo escrito en unos minutos, creo que se merece más respeto. Así que lo dejo debiendo lamentablemente. Ahora dejo un cuento que trabajamos en Idioma Español y que distinto de la mayoría, me ha llamado mucho la atención:
El habitante de la planta baja
Vive en un apartamento en
planta baja que tiene un patio, y soporta a sus vecinos de arriba que tiran
papeles, corchos, hasta lamparitas quemadas. Pero con los del séptimo F es
distinto. Cada dos o tres días se pelean (él llega tarde, leda una excusa
ridícula, ella no le cree) y por la ventana del dormitorio vuela algún libro. El
habitante de la planta baja nunca fue muy lector, pero cuando cayó el primer
libro, lo leyó. Después vinieron otros. Un poco de todo: novelas de espionaje,
best sellers, libros de autoayuda. Los lee a todos por igual, ya que son un
regalo del cielo. Sin embargo, cuatro meses atrás, y por un lapso de
tres semanas, los libros dejaron de caer. ¿Los del séptimo F se habrían ido
de vacaciones? No, era algo mucho peor: los encontró caminando por la calle y presencio con desagrado los arrumacos y las palabras cariñosas. Todo
estaba perdido: triunfaba el amor. Pero un viernes, al llegar a su casa a las
tres de la mañana, se cruzó con el vecino. Tenía el traje arrugado y miraba con
insistencia el reloj, como si sus ojos tuvieran el poder de hacer retroceder las
agujas. Lo oyó cerrar el ascensor con extraordinaria suavidad: que nadie en el
mundo se despertara. Pero el de la planta baja sabe que las esposas siempre se
despiertan.El silencio perfecto aún no ha sido inventado. Saca una silla al
patio, mira hacia los cielos y espera. Se oyen los primeros gritos. Pronto
tendrá lectura para el fin de semana.
Pablo de Santis Revista Ñ, El Clarín
El habitante de la planta baja
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